El pino (pinus) es una conífera de repoblación en todo nuestro territorio. Si no hubiese sido por la mano del hombre, quizá no existiria en nuestro término, pues todos han sido plantados por él en la posguerra. Esto no quiere decir que no hayan existido nunca por aquí pues la prueba de que sí los hubo está en el árbol fosilizado de Igea que, según los expertos, es una conífera con 120 millones de años a sus espaldas.
Se dan dos variedades distintas: el pino carrasco y laricio. El primero es más fuerte y se adapta mejor a los terrenos áridos y secos de nuestras montañas (El Mediano). El segundo es más apropiado para umbrías húmedas (Carnanzún). Lo cierto es que donde crece el pino al final no queda nada en el suelo. Si talamos un pinar el suelo quedará desierto y desprotegido.
Es una planta que no da de comer a ningún animal si exceptuamos a las ardillas. Terrenos que antes de tener pinares eran abundantes en caza menor, ahora, con los pinos, no tienen nada.
El pino, además, deseca mucho la tierra y chupa toda el agua que puede. No es cierto, como dicen algunos biólogos, que a más pinos más agua. Lo que si parece ser verdad es que donde llueve más, crecen más los pinos. Lo único que hacen los pinos es dar cobijo ante el frío y el hombre a ciertos animales que durante la noche salen del pinar a comer a los claros y fincas colindantes.
Los incendios forestales, que duda cabe, se producen por la negligencia o intencionalidad del hombre, pero también tiene mucha influencia la resina y la hojarasca que el pino deja en el suelo.
Su madera se usa para papel, muebles, madera de encofrar, aglomerados, etc. Se dice que la madera de pino favorece el sueño, reduce el estrés e incluso tiene propiedades antibacterianas.